Saludo a Mn. Yago Gallo, a Mn. Pere Montagut y a la Asociación por invitarme a presidir la misa de hoy. Saludo también a Mn. Alex, el rector de la parroquia, que nos facilita la oportunidad de poder celebrar la misa hoy aquí. Quiero daros a todos la bienvenida, en especial a aquellos que venís de Madrid, que habéis venido para rezar juntos. Venís en este momento de comunión y esperanza.
Estamos en este tiempo de Cuaresma, es un tiempo de bendición, es un tiempo de purificación para nuestros corazones. Es un tiempo también para ayudarnos los unos a otros a crecer y a caminar. En definitiva, esto es la vida misma cristiana y por eso la fe se vive en comunidad. Porque todos necesitamos del hermano para poder aprender, para poder enseñar. ¡Todos damos y todos recibimos! En definitiva, nuestra fragilidad nos hace abrirnos al otro para que el otro nos enriquezca y a la vez, con humildad y con aquello que tenemos –por poco que sea, como unos pocos panes o unos pocos peces– lo ponemos al servicio del Señor y al servicio también de los hermanos. Este tiempo de Cuaresma especialmente nos insiste en ayudarnos a crecer juntos y, sobre todo, a purificar nuestro corazón. Por eso el testimonio de los demás, siempre bienvenido y, en estos días, quizá, se pone con más acento.
Hace unas semanas, hicimos un retiro con 32 jóvenes que se están planteando el sacerdocio y al final del retiro se les regaló de parte de los secretariados de vocaciones y juventud a cada uno de ellos el libro de Marcos, Mi historia. Es un libro que yo también estos días he leído, pues no lo conocía. Sí que supe del caso del fallecimiento de Marcos. Por entonces estaba de párroco en la diócesis de Terrassa. Pero obviamente supe del accidente y de sus consecuencias, que resonaron en muchas personas, no solo en Barcelona, sino también en las diócesis cercanas.
De no haber fallecido en el accidente, lo habría conocido años después en la asignatura de la clase de Historia en la Facultad de Teología, que por entonces yo impartía. A él también le gustaban la historia y la física. Al final se decantó por la carrera de Física pero en la Historia nos habríamos encontrado y creo que habríamos disfrutado juntos con las clase y en las lecciones, en las que encontramos tantas enseñanzas. Es bonito que en nosotros resuene el ejemplo, la vida, el testimonio, el recorrido, de unos y otros, porque precisamente esto nos hace crecer y nos ayuda. Vemos en los demás un signo de las fortalezas que nos pueden inspirar y también a veces en los demás vemos –como en nosotros mismos– la fragilidad. Esto nos llena de este sentimiento de sentirnos necesitados, de saber que en nuestras limitaciones no estamos solos y que juntos podemos ayudarnos siempre.
El Evangelio de hoy (Lc 20,9-18), que nos habla de esta parábola preciosa, nos permite ir introduciendo algunos elementos de la vida de Marcos –que nos pueden ayudar en estos días– y también lo que Jesús nos quiere indicar con la parábola. El Evangelio es el centro de todo, pero como decía Benedicto XVI en 2006 en una misa crismal a unos sacerdotes de Roma: «Qué precioso y qué bello es nuestro Dios, que ha hecho un espacio para nosotros en Él». Así pues, en el Evangelio hay un espacio para nosotros. No solo aquello que recibimos y que acogemos en nuestro corazón, sino también nuestra vida puede caminar junto con el Evangelio. Dios ha hecho un espacio para nosotros y toda su Palabra es para iluminar nuestro corazón y a la vez para acogernos e introducirnos en esta historia de salvación.
En este sentido, la vida de Marcos nos ayuda a descubrir en su recorrido varias cosas. La primera de ellas es el cariño y la suerte que ha tenido en su familia y en sus amigos, así como también en el movimiento de Comunión y Liberación y en las escuelas y lugares en los que ha estado. Con una mirada que sobrevuele su recorrido podemos decir que –como en todas las vidas– tuvo momentos más cerca y más lejos de Dios, sobre todo en la adolescencia, pero sobre todo, vemos una vida que está rodeada de personas que le han ayudado a crecer. Y esto es un regalo que nos hacemos los unos a otros cuando en la familia, los amigos, el colegio, la parroquia, los movimientos o los sacerdotes, encontramos personas que nos ayudan, nos acogen, nos quieren y nos enseñan. Es entonces cuando vamos construyendo en nuestro corazón –a veces de manera un poco inconsciente– el proyecto de Dios, esta viña.
La viña es el regalo que Dios nos hace, es un proyecto. Es la imagen del Reino, pero también la imagen de nuestra vida. Esta viña que –como nos recuerda el salmo y los profetas– ha sido siempre cuidada y protegida, a veces viene asaltada por ladrones o por animales. Pero siempre está en el corazón de Dios, en el deseo y el cariño de Dios. Y este es un cariño que se encarna en la experiencia personal con el Señor, pero también se encarna en la presencia de aquellos que nos rodean. Descubrir leyendo este libro esta experiencia de Amor nos recuerda que también nosotros nos necesitamos para vivir esta realidad. El amor que nos damos, que compartimos, nos ayuda y nos conduce a descubrir con más fuerza el amor de Dios. Y desde el amor de Dios somos capaces de purificar nuestros amores, de corregir nuestro corazón, que igual que un discípulo necesita ser enseñado y acompañado. El amor de Dios nos enseña a amar más y mejor.
Así pues, la primera realidad es encontrar en esta vida breve pero intensa la suerte y bendición de la familia, los amigos, los maestros de escuela, los compañeros, los sacerdotes y el movimiento. La segunda es descubrir cómo va acogiendo poco a poco en su corazón esta llamada de Dios, que en definitiva es la pregunta más fundamental que la sustenta como paso previo: «¿Qué quieres de mí, Señor? ¿Cuál es el sentido de mi vida?»
Marcos asistió a varios encuentros, salidas y peregrinaciones con esta búsqueda. Y a veces volvía de estas peregrinaciones –sobre todo las primeras como Czestochowa– sin encontrar la respuesta, pero siempre abierto. Hay una experiencia en el camino de Santiago, una experiencia en los Picos de Europa, en santuarios marianos pero uno todavía vuelve sin la respuesta pero no deja nunca de mantener abierta la pregunta. La viña del Señor, que somos nosotros, está llamada a ir creciendo y tiene sus tiempos. Crece según el tiempo de Dios. Muchas veces nosotros, atrapados en las cosas del mundo y en los ritmos del mundo, nos ponemos ante Dios con prisas. Vamos con nuestras preguntas legítimas, preguntas que buscan una respuesta sincera y piden iluminación para no equivocarse a la hora de construir la historia de la propia vida y de la propia casa. Pero aun así a veces el Señor tarda o responde poco a poco, a otro ritmo. Nuestras prisas, que nos ha enganchado el mundo, nos hacen impacientes, incluso hacen que nos enfademos si no encontramos inmediatamente aquello que estamos pidiendo. La viña tiene un tiempo, que es el tiempo de Dios, y cada uno de nosotros tenemos un tiempo, que es el tiempo de Dios. No las prisas, las urgencias o la violencia agitada y siempre inmediata del mundo, sino el tiempo de Dios. Es precioso encontrar en el corazón de Marcos tantas personas que poco a poco saben adaptarse a este tiempo: hacen sus preguntas y esperan las respuestas, pero siempre dejan a Dios la iniciativa. También en este tiempo de Cuaresma nosotros hemos de aprender a hacer las preguntas justas, pero sobre todo a dejar y a acoger que sea el tiempo de Dios aquel que da la respuesta. Se suele decir “la persona justa en el momento justo”. Pues el Señor tiene para ti la persona justa, el momento justo y la respuesta justa, pero en el tiempo oportuno. A veces entender y acoger esto cuesta. Es bonito cuando nos acompañamos unos a otros como cristianos, como creyentes, a aceptar el tiempo de Dios y a no dejar de mantener el corazón abierto en todas sus preguntas, esperando esa respuesta que nos ilumine.
En Marcos también encontramos esta lucha interior, como en tantos otros. En el libro se describe de una manera muy bonita esta búsqueda de dejar de ser el centro de todas las cosas –a veces había centrado mucho su vida en sí mismo– y buscar siempre este deseo del Señor, buscar cuál es el proyecto de Dios. Es decir, descentrarse. Es aquello que él cita también aquí: “descubriendo a Cristo encontré al hombre”. Este descentrarse no siempre es fácil y nos cuesta. También en la viña encontramos a estos que se apoderan de la viña. A veces nosotros podemos caer en la tentación de apoderarnos del proyecto de Dios, que somos nosotros, de apoderarnos del don de Dios que ha sido nuestra vida. El Señor nos ha dado un regalo pero no para que nos apoderemos sino para que lo hagamos fructificar. Nos ha dado la vida para que esta se llene de sentido, pero en una dinámica de amor y de entrega, no en una dinámica de egoísmo y posesión. Este tiempo de Cuaresma nos invita a hacer una reflexión al respecto, porque a veces nos queremos convertir en el centro, queremos que todo gire a nuestro alrededor, que todo se ajuste a nuestras necesidades. Cuando algo no nos gusta lo apartamos y cuando encaja, lo acogemos. Pero no estamos dispuestos a dejarnos moldear. Es necesario recordar que esta viña –que en el fondo es la vida de cada uno de nosotros– tiene un amo y un señor, que no eres tú ni soy yo, sino Dios. La historia de estos cuidadores de la viña que al final se vuelven homicidas porque intentan matar al auténtico dueño para quedarse ellos como ladrones y poseedores de aquello que habían recibido, nos enseña este camino de descentrarnos, de no caer en la tentación del egoísmo y la posesión que nos convierte en mentirosos. Es lo peor que nos podría ocurrir en nuestra propia historia: creernos que somos nosotros y no Dios el centro de todo. Marcos también tiene su proceso y lo hace a lo largo de los años pero con agilidad y con intensidad. Incluso cuando ya ha entendido y ha hecho pasos adelante encontramos en él esta inquietud interior. Porque en definitiva esto es para toda la vida y nosotros también hemos de estar atentos toda la vida. No nos hemos de despistar porque a la que puede nuestro egoísmo se vuelve a colar. Hay que ser generosos con el Señor y ser auténticos con nosotros mismos. Reconocer quién es el señor de todas las cosas y poner nuestra vida a su servicio. La viña no es nuestra, es suya, y ha de dar fruto según su corazón, no según nuestros intereses. Por eso es precioso encontrar en el testimonio de Marcos esta imagen que nos puede y debe servir de inspiración a nosotros.
A la vez, en este proceso largo, a través de las personas del movimiento, de los maestros, de los sacerdotes, de muchas amistades –salen muchos nombres y esto es signo de esta riqueza y belleza en la relación con los demás, de esta generosidad y también de la generosidad de los otros– Marcos va descubriendo el rostro de Cristo. Y ocurre una noche en un campamento en los Picos de Europa. Y ocurre también en una cocina lavando los platos y conversando con un amigo. Y también en una conversación por skype. Son momentos que él señala como “ahí encontré al Señor”, en la mirada, en la palabra del otro. Porque Dios se manifiesta a través de las personas. Son momentos en los que él tiene delante a la persona, pero aquella mirada es de Otro, es del Señor. Y a través de sus palabras, a través de su consejo allí encuentra esa mirada. Incluso en el primer momento que le ocurre eso, en los Picos de Europa, él dice “no me acuerdo de lo que hablamos pero allí encontré esa mirada”. Se queda con el encuentro. Quizá no importa tanto la palabra pero sí la experiencia de encontrar a Cristo. Un encuentro que todavía tiene un gran recorrido en su historia, porque este encuentro no significa “ahora y aquí lo cambió todo”, sino “aún estoy en camino”. Y así es la vida cristiana. También este camino cuaresmal es un signo de nuestro peregrinaje. Es el homo viator, el hombre que está en camino. Esta es nuestra vocación: el discípulo es peregrino. Un peregrino que busca el rostro de Cristo, un peregrino que lo encuentra en los hermanos, en la riqueza de la comunidad, y que lo descubre en la intimidad del corazón. La riqueza de esta relación personal y única con el Señor. Y es en este encuentro donde poco a poco va desglosando –no sin ciertas resistencias, como siempre ocurre– esta vocación al sacerdocio. Una vocación que finalmente le acaba empujando a dar este paso de entrar en el seminario. Y cuando uno vive este concepto, cuando va viviendo esta entrega, no se aleja de los demás. A veces el sacerdocio parece que es renunciar a todo pero al contrario, es escoger el todo por el Señor, en el Señor, para el Señor. Los sacerdotes, como tantos otros, cada día tenemos nuestras renuncias. No podemos hacer todo, escogemos, pero escogemos siempre desde esta elección que lo incluye todo porque este Amor nos llama al todo. Y encontramos en Marcos y en tantas vocaciones que van surgiendo, cómo cada vez que vamos respondiendo que sí al Señor, más estamos entregados hacia los demás. Es un amor que genera donación. En el libro, Marcos cita una frase de Lewis, autor de las crónicas de Narnia y otros libros –él lo cita como una palabra que también le ayudó en ese momento–: “cuando yo aprenda a amar a Dios sobre todas las cosas, todo aquello que he querido antes lo amaré más y mejor”. Y es verdad, escoger a Dios no nos aparta, al contrario, nos envía con más autenticidad para amar más y amar mejor.
Y en este camino de libertad interior, en este camino de entrega nos vamos encontrando la felicidad. Este libro termina con una palabra “soy feliz”. Este es el resumen no solo de una vida sino también de un proyecto. Esto es también lo que tendría que haber sido siempre esta viña. Una viña en la que hay un proyecto que es nuestra felicidad, en la que hay un deseo de Dios y es que demos fruto según su corazón. En la que hay un amor que nos sostiene y que nos cuida, e incluso nos avisa cuando perdemos el camino o cuando caemos en la tentación del egoísmo. Nos envía a sus mensajeros, nos envía hasta su propio Hijo para ayudarnos a encontrar la experiencia auténtica del sentido de nuestra existencia, para que esta viña pueda dar frutos según su corazón. Y cuando encontramos este Amor, cuando lo acogemos con generosidad, nuestra vida es feliz.
Pidamos al Señor que nos ayude a hacer este recorrido, que lo hagamos en este tiempo de Cuaresma, en el tiempo de Pascua y todos los días de nuestra vida. Pero ahora precisamente en este tiempo de purificación, que se nos ayude. Y también con la intercesión de los santos y santas, aquellos que nos preceden en la casa del padre, con su intercesión y ayuda, nosotros aprendamos cada día a amar más y a amar mejor, a tener este corazón abierto al proyecto de Dios, a ser generosos en nuestra respuesta. Al final Marcos se marchó antes de tiempo, podríamos decir, según los ojos de los años, según la mirada del mundo. Pero al principio del libro él nos explica que cuando era niño y en el colegio hacían los equipos de fútbol y se escogía a los que habían de jugar, él estaba allí en primera fila para ser escogido de los primeros. Siempre es un signo de predilección, de que eres bueno, de que te queremos con nosotros. Marcos dice: “el capitán iba pasando, iba escogiendo y yo quería ser de los primeros”. Y en cierto sentido el Señor lo escogió, lo escogió para muchas cosas pero también para ir a vivir con él. Aunque a veces esto, en nuestro corazón nos duele porque hay proyectos de futuro, hay muchos proyectos para vivir aquí juntos, pero el Señor sabe más. Nosotros no entendemos todo pero confiamos. Lo que sí que es cierto es que fue, en muchos sentidos, un elegido, como lo somos todos y cada uno de nosotros. Tener conciencia de ser elegidos por este Amor. Y en su caso lo eligió también para ir a vivir con Él más temprano. Que también desde esta esperanza en el deseo de reencontrarnos un día en la casa del Padre donde nada ni nadie ya nos podrá separar, preparamos nuestro corazón para continuar viviendo esta eucaristía, para acoger, experimentar y agradecer el don de Dios que da y se nos da para que nosotros tengamos vida.