Ha muerto un hombre de Dios, por Jaume Vives
Conocí a Marcos Pou hace pocos meses. Fue en un pueblo de Cataluña -La Gleva- cuando fui a dar una charla sobre mi experiencia en el Líbano con familias cristianas de Irak y Siria refugiadas allí. Había un grupo de jóvenes de Comunión y Liberación, un movimiento de la Iglesia Católica, haciendo unas convivencias de estudio. Marcos era el responsable de los jóvenes.
La primera vez que hablé con él y le oí hablar fue mientras cenábamos. Tardé poco en ver que era un hombre de Dios. Cómo miraba, cómo hablaba, cómo escuchaba, cómo preguntaba. Su mirada tranquila y serena entraba dentro de tu corazón. Su sonrisa era auténtica.
Hablaba claro, sin miedo, se hacía entender. Hablaba con amor. Decía lo que pensaba y se notaba que había pensado mucho lo que decía. Un hombre de fe y razón. Quizás por eso tantos jóvenes le tenían por consejero.
Al terminar la charla se me acercó y me preguntó preocupado qué es lo que nosotros podíamos hacer por esos cristianos que a pocas horas de avión de donde estamos nosotros mueren por su fe. Su preocupación era sincera y la respuesta la encontramos juntos, rezar y vivir la fe coherentemente en el lugar en que Dios nos ha puesto. La misma respuesta que meses después me daría el arzobispo de Mosul (Irak), Emil Nona.
Cada vez que me encontraba a Marcos me alegraba, sin conocerlo demasiado sabía que era noble y alguien en quien poder confiar.
Recuerdo perfectamente cómo volví de la charla en la que conocí a Marcos y a todos los jóvenes que estaban allí haciendo unas convivencias de estudio. Entusiasmado. Hasta ese momento solo había oído hablar de Comunión y Liberación en la universidad pero el día en que lo conocí de la mano de Marcos mi visión cambió por completo, poco tenía que ver con lo que me habían dicho o yo pensaba. Y volví particularmente entusiasmado con Marcos, no fueron pocas las personas a las que les transmití lo muy gratamente que me había sorprendido ese joven que se encargaba de manejar el cotarro. Tenía un carisma especial.
Una de las últimas veces que vi a Marcos fue en la Estación de Sants. Coincidió que él iba a Pamplona y yo a Bilbao. Salíamos a la misma hora y en el mismo tren. Quedamos a las 9 en la cafetería. Me dijeron que los trenes, a pesar de ir juntos, quizás no estaban interconectados.
Al final resultó que los trenes iban unidos pero no se podía pasar de un vagón a otro, los dos lo intentamos pero no lo conseguimos. Volvimos a nuestros respectivos vagones y por la noche –después de pedirle mi correo a una amiga común- Marcos me escribió un mail diciéndome que mis sospechas eran ciertas, los trenes estaban unidos pero no interconectados. Me dijo que iba a rezar mucho por mí los días que estuviera en Pamplona de retiro. Era un chico atento incluso con quienes tenía menos relación.
Marcos ha muerto la noche de un 21 de febrero de 2015 poco después de dar su sí a Dios. Acababa de entrar en el Seminario de Barcelona después de terminar la carrera. Quería que su vida fuera del Señor. Los caminos del Señor son inescrutables y Marcos ha dejado esta vida terrena y perecedera. Su vida seguramente ya es del Señor aunque de una forma diferente a la que él pensaba. Que Dios le tenga en su gloria y dé consuelo a su familia.
Marcos Pou era un hombre de Dios y ya en vida, un ejemplo para muchos.
Ya solo queda rezar por su alma y pedir que su forma de vivir y entender la vida, su mirada y su sonrisa, su atención y sus detalles, se nos pegue a nosotros.
Hasta pronto Marcos, si Dios quiere.